I want to attack! || Ginerva Waldorf

El Señor Tenebroso caminaba rápido entre aquellos árboles. ¿Por qué me había traído a los terrenos de Hogwarts? Bonitos recuerdos residían entre los muros de ese castillo y en sus alrededores. Y cuando estaba ahí cerca, pensaba en Draco, mi Draco… ¿Cómo había podido dejar que cayese en las garras de los de la Orden? Realmente, nunca había creído en los mortífagos. Mi sitio hubiese sido junto a Harry, junto a los que luchaban por las cosas en las que yo creía. Pero mi magia no jugaba a mi favor, y una lengua más se había sumado a mis conocimientos. Alemán, inglés, francés, castellano, pársel. Pársel… La lengua de las serpientes.

Y los mortífagos ya habían matado a mis abuelos muggles por indagar acerca de sus intenciones de dominarlo todo. Y nadie sabe cómo habían llegado lejos, pero lo habían hecho. Y las amenazas de acabar con la vida de mis padres me habían terminado de convencer. Además de Draco… No podía dejarle solo en eso. Mientras caminábamos entre los árboles, Lord Voldemort comenzó a hablar, para mi sorpresa. “Waldorf, Wadorf. Te preguntarás por qué te he traído aquí. ¿No echas de menos a…tu Malfoy?”. Bajé la mirada, claro que le echaba de menos. A cada vuelta que daba en la cama, a cada paso que daba. Cada vez que veía sus camisas planchadas sin usar, cada vez que olía su colonia en el baño. Asentí lentamente. – Sí, mi Señor. – Contesté, con educación. No podía cometer más fallos.

Nadie debía de saber que yo había cubierto a Ginny Weasley con una manta, ni debían sospecharlo. Eso sólo haría que la ira se descargase sobre mi Draco... Unas nuevas palabras de Lord Voldemort me sacaron de mis recuerdos. “Oh, Draco es muy importante entre nuestras filas, y creas o no yo también he notado su ausencia, querida. ¿Qué mejor forma de sacarlo que desde dentro?”

Eso comenzaba a pintar mal. Alcé la mirada hacia el frente, noté su mano en mi hombro, me mordí el labio, nerviosa. Entonces se puso delante de mi, y de nuevo me sentí como aquella niña que era cuando empecé con Draco. Las amenazas, las miradas por el pasillo. Y la vez que él mismo me obligó a unirme a él. Y esos ojos… Mi cuerpo temblaba levemente. No quería que se notase, me sobrepuse, solté mi labio y le miré, agachando después educadamente la mirada. La idea no me pareció mal hasta determinado momento.

Cuando dijo las siguientes palabras. Mi sangre se heló. “Quiero que entres en la Orden. De cualquier forma, y sé que lo conseguirás”. Alcé la mirada, quería rechistar, no podía traicionar a tanta gente. ¡No podía mentir tan bien! Las lágrimas se agolparon en mis ojos grises azulados, pero me las tragué. Yo había sido miembro del Ejército de Dumbledore. Después de eso, nadie me volvería a dirigir la palabra… Pero por otro lado estaba Draco. A saber lo que le estaban haciendo. Nosotros no teníamos a Ginny en buenas condiciones, y ellos lo pagarían con Draco…Con mi Draco. “Eres bonita. La inocencia es un arma de doble filo indestructible.”. En esos momentos, me sentía hundida.

“Úsala” dijo él. Y yo cerré los ojos, oí un grito, un árbol cayó, trozos de corteza nos sobrevolaron, me tapé la cara, lágrimas corrían ya por ella.
– Señor, yo no… – Susurré, lo suficientemente alto como para que me oyese. Había sido Hufflepuff, no Gryffindor. No era valiente. Y no era una Slytherin astuta. Sólo había sido una chica inocente que había cautivado al frío e insensible Draco Malfoy. Miré a mi Señor por detrás. Quería sacar a Draco de ahí, pero una batalla se libraba en mi interior.

Notaba como la mandíbula de mi señor se tensaba con mis palabras. Cuando me preguntó, le miré directamente a los ojos. “¿No?¿No qué?¿Acaso no quieres liberar a Malfoy?” Claro que quería. Lo deseaba más que nada en el mundo, le necesitaba, le necesitaba a mi lado. Adoraba estar con él, a pesar de sus miradas frías y su ignorarme de vez en cuando, a pesar de sus enfados. Porque él me quería como yo a él. Nos amábamos…¿Por qué nadie lo entendía? Pero por otro lado, estaba la Orden. Con sus objetivos claros, los que yo comprartía.”Mírate. Eres débil”. Sus palabras se clavaron en mi como astillas en la piel. Le miré, escuché su risa, histérica, que me hacía derrumbarme a cada segundo…”¿Tienes idea de la cara que pondrá Draco cuando sepa que su chica prefirió dejarlo morir?” ¿De dónde había sacado eso? Yo jamás permitiría que él muriese. No. Y no era su chica. Era su prometida. Mis ojos se entrecerraron, y me tragué las lágrimas. La fiera que había dentro de mi, que sólo él conocía habitualmente, por las peleas en los pasillos del Colegio, decidió salir en ese momento.
– ¡Yo jamás permitiría que él muriese! – Rugo, mirándole directamente, furiosa. Quizás debería controlar mi furia… – Yo haré lo que sea para sacarle de ahí, visto que el resto de sus secuac…mortífagos no han sido lo suficientemente buenos como para hacerlo. –Pero mi bravuconería todavía juvenil se terminó en cuanto habló de nuevo. “No te estaba preguntado. ¡Es una orden! Y si aún así no tienes intenciones de cumplirla, yo mismo me encargaré de que Draco muera, y de que tú estés allí delante para verlo.”

– No, no. Lo haré, pero no le haga daño. A él no…– Susurré. Mi mirada parecía de cristal, brillaba, de las lágrimas que pugnaban por salir. Mierda, todo tenía que salir mal. Pero él no, si él se moría yo iría detrás. No soportaba una vida sin mi Draco.
“Tus padres también estarían encantadores en esa escena, ¿no te parece?” Mis músculos se volvieron a tensar, pero no dije nada. Negué con la cabeza, apretando la varita en mi mano. No podía herirles, no podía. Cuando oí aquellas palabras en pársel alcé la mirada, que había mantenido clavada en el suelo. “Pensé que eras más lista”. Clavé mi mirada en la suya, derrotada. – ¿Qué quiere que haga? – Digo, esperando las instrucciones concretas para pasar a la acción. Sin quererlo, un plan ya se tramaba en mi mente. Un plan ruín, cruel… Pero cuando la vida de Draco estaba en juego, no podía permitirme dudar…No podía permitirme dudar más.