Safe and Sound {Draco}{Flashback}

Habíamos vuelto a quedar, me había hecho un hueco para estar a solas conmigo. Yo estaba radiante ese día... Me había puesto un vestido sencillo, color negro, con unos tacones turquesas y un pequeño bolsito a juego. Nunca acertaba, o era la impresión que me daba cuando estaba triste, pero me daba igual. Le iba a ver a él, y con eso una sonrisa se había formado para mantenerse ahí todo el rato juntos. Miré el reloj, él estaría a punto de llegar. Me mordí el labio y me miré en el cristal de una pequeña tiendecilla. No me había maquillado y el pelo rubio me caía en tirabuzones por la espalda.

Así volvía a ser yo, aquella chiquilla de dieciséis años que se enamoró perdidamente del Slytherin más arrogante de Hogwarts. Y había descubierto su oculto corazón. Volví a mirar el reloj, con media sonrisa, impaciente. Lo único que ahora yo era algo más mayor, más responsabilidad, más problemas. Pero quizás más felicidad. O quizás no, pero eso ahora no importaba.

Iba a estar con él. Me moví lentamente en círculos amplios, pasándome la mano por el pelo, jugueteando con los rizos rubios. Nerviosa, como en la primera cita, no pude evitar sonreír ante aquel recuerdo. Miré hacia la calle, tratando de divisar su mirada gris y sus ademanes, tan típicos de él... De un Malfoy. Yo no me merecía ese apellido según la mayoría de los mortífagos. Y no lo quería. Sólo quería estar con él para siempre.

Aquella había sido otra de esas frustrantes mañanas, esas en las que todo parece salir mal, en las que por más que haces o dices todo y todos están en tu contra y lo mejor es callar y alejarte. Esa maldita pelirroja había vuelto a dar problemas, alguien debía de llevarle más comida de la que yo permitía pues por momentos la joven se veía con mejor aspecto, como si recuperase fuerzas lentamente. Por supuesto esos pequeños detalles sobre el buen estado físico de la muchacha no habían pasado desapercibidos ante los ojos de mi señor, el cual se había encargado personalmente de hacerme recordar que algo así no debe pasar, la chica debía morirse de hambre y punto, cuestión que yo no me había molestado en discutir sólo en acatar.

Por algo mi señor es el mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos, porque desconozco de ningún otro capaz de asestar un golpe tan fuerte, rápido y certero en el rostro de uno de sus mejores magos. Efectivamente, esa mañana yo había recibido un ínfimo castigo debido a que alguien se dedicaba a sustentar a esa malnacida de Weasley. Me juré encontrar al responsable y hacerle pagar con creces tal golpe y esa perdida de confianza que me había supuesto ante mi señor. La marca que recorría el lado izquierdo de mi rostro casi al completo se había hinchado y amenazaba con crecer, aunque por suerte había dejado de sangrar rápidamente quedando tan solo esa fea y fina abertura en la piel.

Resultaría estúpido el destacar que mi humor no era de lo más agradable al caer la tarde, y que pocas eran mis ganas de salir a lucir aquella marca a la gente, pero Gin había insistido mucho, demasiado, como para decirle en el último momento que no iría, eso sólo empeoraría nuestra ya de por sí complicada situación. Para mi agrado el golpe cual latigazo ya no estaba hinchado, pero la abertura seguía ahí, además del ligero quemazón.

No tardé demasiado en divisarla jugueteando con su cabello, absorta en su mundo pero atenta al exterior. Caminé con ligereza hacia ella hasta que al fin me coloqué a su lado y rodee su cintura con mi diestra suavemente -Rubita- La llamé en un susurro cerca de su oído a modo de saludo mientras la primera sonrisa del día hacía acto de presencia. Fina, levemente ladeada y tan fugaz como el viento, pero perfectamente perceptible. Jamás sabré decir qué es lo que tiene esa joven que siempre consigue desinhibirme de los problemas o el malestar, desaparecen como el humo dejándonos a esa joven de cabellera rubia y a mi en un mundo paralelo donde nada más importa.

Absorta en mis pensamientos, noté de pronto un susurro en mi oído, un susurro que me hizo sonreír. Más de lo que ya sonreía habitualmente. Su mano rodeó mi cintura, noté un leve cosquilleo por donde se movía, y lentamente, sin apartarme de él para asegurarme que su mano seguía acariciándome, me volví hacia él con una sonrisa. Fue entonces cuando vi la herida, y unas arrugas cruzaron mi frente, haciéndome fruncir el ceño. La imagen de Ginny Weasley me cruzó la mente como un relámpago, y no pude evitar cerrar los ojos. Le volví a mirar, alzando una mano lentamente para acariciar la herida con suavidad, sin acercar mis dedos al centro. Vuelvo a arrugar la frente y apoyo la mano con la que le acariciaba la mejilla en su hombro.

- Te han hecho daño, mi amor.-Susurré, con un hilo de voz.- ¿Te duele mucho? -Pregunté, realmente preocupada. Tomé suavemente su cara entre mis finas manos blancas, sin tocar la herida, con cuidado de no hacerlo, y le hice mirarme, esbozando una tímida sonrisa antes de unir nuestros labios en un cálido beso, suave, tierno y corto. Necesitaba saborear sus labios aunque fuese una sola vez. Después me separé, estábamos en público y sospeché que quería mantener la compostura. Recordé entonces el día que me pidió que me casase con él. Ahí no hubo compostura...Casi me hizo llorar. Me centré en el presente, para no perder detalle de sus movimientos.

Debo de admitir que por un momento había pensando, imaginado, creído de una manera completamente estúpida que aquella marca no se vería tanto y que, quizás, Gin no se daría cuenta de su existencia. Idiota. El simple hecho de que la muchacha desviase su atención a aquella herida ya me hizo sentir molesto, no quería recordarlo, no quería haber de ello, resultaba demasiado ridículo el admitir que había sido castigado por mi señor. Sí ridículo.

Sin embargo, tan esperadas preguntas por mi parte como "¿Qué te ha pasado?" o "¿Quién te lo ha hecho?" no fueron formuladas, por lo menos no en un primer momento. Quizás por todo lo que esa joven ha llegado a conocerme en tan poco tiempo y sabe que no quiero comentar nada al respecto, o simplemente porque no fue lo primero que le vino a la cabeza, como fuere, la cuestión es que no lo preguntó y le agradecí notablemente la indiscreción al respecto.

No respondí, si quiera me moví cuando tomó mi rostro entre sus manos, tan sólo la miraba indirectamente con ligera molestia y frialdad, formas que ella no se merecía recibir, pero que me resultaba imposible no transmitir. De un momento a otro tales sentimientos desaparecieron, volviendo a quedar tan sólo ella y yo en mitad de la nada con aquél beso. Humo, mucho humo es lo que había a nuestro alrededor, nada consistente o de importancia. No quería perder el sabor de sus labios tras haberlos catado así que le robé un nuevo y corto beso antes de devolverle una mirada altiva y una pícara sonrisa a la par que hundía mis manos en los bolsillos de mi chaqueta para comenzar a caminar por el lugar.

El silencio se hizo presente, como en tantas otras ocasiones. No quería responder a aquellas preguntas que Gin había formulado, no en aquél momento en el que sólo debíamos estar ambos dos.

Noté aquella frialdad en su mirada antes de que le besase y decidí no preguntar nada más. Si no me había respondido era porque no quería recordar algo y no sería yo quien rompiese aquello. Me mordí el labio con fuerza tras el beso, y él me robó otro beso, lo que me hizo sacar una sonrisa deslumbrante a mis rosados labios. Capté su pícara sonrisa durante los instantes que duró y me la guardé para mi, en una cajita llamada mi corazón. Cuando él comenzó a andar, en silencio, yo le seguí. Me movía lentamente, y como los zapatos eran de cuña de esparto, no hacían ruido al andar. Además, él era alto y yo apenas era más alta ahora que antes.

Me mordí el labio, mirándole de reojo, y, lentamente, metí mi mano junto a la suya en el bolsillo de su chaqueta. Me podía esperar cualquier cosa, incluso que apartase mi mano, ya era costumbre. Él no estaba en su mejor momento, ni yo lo estaba tampoco. Pero me hacía sentirme triste el verle así, demacrado, y apenas conseguir sacarle una sonrisa unos instantes. Me frustraba, me dolía. Pero no pensaba desistir, sabía que eso iba a ser difícil y lucharía por ello...

Como él no habló, yo hice lo propio. Realmente yo era parlanchina, una cabeza loca y cuando estaba en confianza, hablaba por los codos. Pero no quería molestarle, por lo que simplemente paseé a su lado en silencio, con mi melena rubia siendo alborotada por el viento y observándole de soslayo, sin preguntar, sólo esperándole. Esperándole para siempre.