Diario de Gin

No, no. Maldita sea. Paseé por la habitación de matrimonio que yo compartía con Draco. ¿Cómo había podido ser?¿Por qué? Por qué él…Esa manía de dejarme en casa cuando había misiones con los mortífagos para atrapar a Potter. ¿Por qué le llamaba así? Antes habíamos sido incluso amigos. Oí a Narcissa llorar en la planta de abajo. La acabarían de decir que Draco había sido atrapado. ¡Maldita sea! Cogí un cojín y lo lancé contra la pared. Después me quedé parada y me dejé caer en la cama.

Yo no tenía genio como para ponerme a romper todo lo que había en el cuarto. Entrelacé mis manos, al borde de las lágrimas. ¿Por qué había tenido que quedarme en casa? Los recuerdos volvieron a mi mente, y me deshice de los zapatos, cayendo hacia detrás y abrazándome las rodillas, rota. Me balanceé suavemente sobre las sábanas, que todavía olían a él. Me incorporé para hundir mi cara en su almohada y absorber aquel olor suyo… Y las lágrimas ya me ardían en los ojos. Mirando al frente, por la ventana en la que él se paraba a reflexionar, comencé a llorar.

Las lágrimas brotaban de mis ojos sin parar, mientras mis ojos grises azulados escrutaban el exterior, como si esperasen verle aparecer por ahí en cualquier momento, con sus andares tranquilos, de señor. Y las lágrimas no cesaban de brotar… ¿Cómo iba a vivir sin él? Recuerdo la primera vez que me miró, con aquella indiferencia, y aquel gesto de desprecio, de asco. Y después aquel beso en el baño después de que aquella idiota celosa me tirase la bebida encima del maravilloso vestido… Y recordé su expresión cuando le enseñé mi marca tenebrosa… Recordé tantas cosas que me volví a derrumbar. Caí de rodillas en el suelo, escondí mi rostro entre mis manos, sollozando, mi cuerpo se agitaba, mientras yo sólo podía pensar en él.

Me encogí, ahí, junto a la cama, llorando. Hasta que alguien entró y me agarró de los hombros, sentándome en la cama y tendiéndome un pañuelo. No tenía que alzar la mirada para saber que era Cissy. Se sentó a mi lado, en silencio, y no pude evitar volver a llorar. Y estaba segura de que ella lloraba, en silencio, conmigo. Ambas habíamos perdido a lo más importante de nuestra vida. Pero no estaba muerto. Harry no le hubiese matado, no le creía capaz de tal cosa. Ni a Ron. Pero nosotros teníamos a Ginny, y no sabía hasta donde llegaría el amor de Harry hacia ella. Pero le necesitaba vivo si había que cambiárselo. Mi mente no paraba de pensar, pero la mirada de mi rubio clavada en mi, aquella tenue sonrisa que en mi mente parecía tan real, lo único que conseguían era despistarme. No podía pensar. Me hice un ovillo en la cama y cerré los ojos, pero sólo para que me dejasen sola. Observé su foto en mi mesilla, y me dormí nadando en su mirada gris.

Quería despertarme y que él me besase suavemente y me dijese ‘Buenos días, rubita’ antes de irse a alguna misión del Señor.