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~Lágrimas de Fénix~

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~Lágrimas de Fénix~ Empty ~Lágrimas de Fénix~

Mensaje por Ginerva Waldorf Vie Mar 16, 2012 9:20 am

{No es un fan-fic de Harry Potter, es el relato del concurso Literario de mi instituto. Comentarios, feedback...¡Todo será recibido!}

~Lágrimas de fénix~

No voy a contaros una historia tremebunda de algo que ocurrió hace muchísimos años, quizás siglos. No voy a contaros una historia completamente real, o sea, que me haya ocurrido a mi, pero tampoco voy a inventarme nada. Voy a hablar del dolor… Todavía estás a tiempo de dejar de leer y coger el próximo relato…

Érase una vez, mi peor pesadilla… Noto que mi cabeza da vueltas, no consigo pensar dos frases seguidas correctamente…Pero le amo, le amo de verdad. ¿Por qué tiene que ser tan horrible? ¿Esto es realmente el amor? ¿Dolor?
Pero él, al fin y al cabo, no me ama. Me quería, me amaba antes de que todo ocurriese. Antes de estos largos meses en el hospital, consumiéndome lentamente, cual frágil flor de primavera…
No conozco más horrible sensación que ese enorme vacío que me dejó hueca, sola, abandonada como un barquillo de papel a merced del mar enfurecido de la vida. Mis intentos desesperados, torpes, de seguir con vida, van apagándose lentamente. La leucemia consumía lentamente mi sangre, mi piel, mi mirada, antes alegre y llena de dicha.

Muchas noches me planteo algo, me pregunto algo terrible, algo que, en otros tiempos, habría hecho que mi cuerpo se sacudiese del terror… ¿No sería mejor estar muerta?
Recuerdo aquel día, cuando vino a verme por última vez. Me dijo que no era la misma, que lo nuestro no funcionaba. Me dijo que el tratamiento me había cambiado mucho. Que era una extraña para él. ¿A qué se refería? No sé, tenía peor humor esos días y el pelo se me caía a mechones.

Recuerdo su mirada, era de pena, pero de pena como quien abandona a un cachorrito en el borde de la carretera o de quien deja atrás al peluche de su infancia. No amor, eso ya se acabó. Yo daba pena, ya no era “humana” a su modo de ver. Me dejó caer, me dejó caer sin importarle lo que me encontrase abajo.
¿Por qué el humano no ve más allá de todo lo que es suyo? ¿Por qué no es capaz de pensar en los demás, en cómo les afectará a ellos?

Y entonces fue cuando miré hacia detrás, hacia mi vida feliz, mi vida despreocupada, la vida habitual de una adolescente. Mis “problemas”, mis peleas y mis risas. Y la sonrisa de mi familia, ahora demacrada por mi culpa.
Y después miro hacia delante. Y no veo nada. Lo veo todo negro, oscuro, tenebroso…Como la muerte. Mis padres y mi hermana se empeñan en intentar mantenerme aquí, atada a este mundo, como un globo que no quieren dejar volar. Pero yo sentía que no podía, no podía seguir así.

Dejé el bolígrafo azul, un Bic de esos que te encuentras hasta en la sopa en el hospital, sobre el cuaderno de hojas cuadriculadas. Cerré los ojos, apoyando mi mano sobre las letras que había escrito. Mi cabeza se volvió hacia la ventana, y se dirigió hacia el oscuro cielo, plagado de estrellas que se veían a duras penas.
Echaba de menos el cielo claro, estrellado, del pueblo donde vivía. ¿Cuándo se terminaría esto?

No lo sabía, nadie lo sabía. Pero la duda no era cuándo físicamente estaría bien…Sino cuándo (psicológicamente) sería capaz de enfrentarme a todo. A las miradas de los del instituto, a las risitas a mis espaldas…

Ahora entendía todas esas charlas sobre gente discapacitada, todas esas lecciones por reírse de alguien con problemas. Y me di cuenta de que todo eso que yo había ignorado me iba a pasar a mí. Y tenía miedo, pánico, terror. Porque yo nunca había tenido ese tipo de problemas, siempre me habían aceptado. Y… No quería ser una extraña, tener que empezar de cero…

¿Me aceptarían de nuevo los demás? No lo sabía. Algunos no, probablemente. Hipócritas, fríos, niños de papá. No, esos no querrían juntarse conmigo. Pero… ¿Y mis amigas? ¿Se apartarían como había hecho él?

La sola idea de que eso ocurriese bastó para llenarme los ojos de lágrimas. Cerré los puños, apreté los dientes. No había llorado todavía, no quería llorar delante de la gente. Pero ahora estaba sola, y las lágrimas no tardaron mucho en deslizarse, cual ninfas silenciosas de la noche, por el lago en el que convertían mis mejillas.

Mi respiración se volvió entrecortada, empecé a hipar y oculté mi rostro entre mis manos. No quería llorar, no quería oír, ver, oler, no quería estar ahí ni así, quería… ¿Qué quería? Tan difícil saberlo…

Entonces oí unos sollozos en la habitación continua. ¿No estaba vacía? Debería. Aparté el cuaderno de encima de mis rodillas y mis pies descalzos buscaron las pantuflas. Me levanté lentamente, apoyándome en la barandilla metálica de la cama de hospital. Con pasos lentos, atravesé la puerta y llegué a la siguiente. Bajé el picaporte y mi cabeza, sin cabellos, se asomó por ella. Una figura sollozaba en un rincón. Me quedé paralizada unos instantes… Al final me decidí a avanzar entre las sombras. Unos ojos claros, azules, muy distintos a los míos, enmarcados por unas ojeras resaltando una piel pálida, me observaron.

Me quedé quieta a un metro de la figura. Era un chico, era flaco, tendría mi edad. No sabía si decir si era guapo o no. Algo de pelusilla cubría su cabeza, como la mía. Y sus ojos reflejaban la tristeza, el dolor, rabia acumulada e impotencia.
Al cabo de unos segundos, estaba sentada a su lado. Mi piel, que todavía conservaba algo de color antiguo, de ese moreno natural, sostenía sus finas manos –de pianista-. No habíamos hablado, no hacía falta, sabíamos lo que el otro sentía.

Media hora más tarde, había averiguado que el chico se llamaba Alejandro. Sus padres no le cuidaban como los míos me cuidaban a mí. Para ellos, Alex no existía, era humo, vapor, un fantasma. Y comprendí qué era realmente sentirse extraño: Que ni siquiera los tuyos te reconozcan.

Y tiene que ser más duro que no ser reconocido por los superficiales que se hacen llamar tus amigos pero a la hora de la verdad no están a tu lado.
Así que esbocé una sonrisa, la primera real desde hacía mucho tiempo, y abrí los labios para hablar.

- He decidido una cosa… Me lanzaré al vacío, al mundo, sin saber si habrá algo a lo que agarrarse. Si soy fuerte, y la suerte me acompaña, sacaré las alas y volaré. Y volaré más alto que nadie… ¿Saltarás conmigo?
Y él no dudó. Apretó cariñosamente la mano.
- Saltaré. Y volaremos juntos.

Puedes tenerlo por seguro, Diario. Volaremos, hemos recobrado la esperanza de vivir… Hemos descubierto que juntos podremos enfrentarnos a todo. Cuando él está, se ilumina todo el hospital con un solo gesto de su boca en señal de felicidad. Y cuando él se va, se hace de noche, pero oigo el rasgar de su lápiz de poeta sobre el papel reciclado a través de la pared de cartón que nos separa.
Hoy he encontrado algo que ha escrito él. Estaba en un cuaderno viejo, tirado bajo la cama.

“No me llames extranjero.
Mírame bien a los ojos,
mucho más allá del odio,
del egoísmo y del miedo.
Y verás que soy un hombre,
no puedo ser extranjero”
Ginerva Waldorf
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